jueves, 29 de mayo de 2008

Es como contar El mago de Oz, pero al revés

"ES COMO CONTAR EL MAGO DE OZ, PERO AL REVÉS."
(Justin, Queer as folk, último capítulo, temporada 3)




Día tonto. No puedo ni contar mi rutina, porque no la hubo. Intento rematar la tarde viendo unos capítulos de Queer as Folk, serie bastante boba, obvia y absurda, que sin embargo de vez en cuando me engancha.

Último capitulo de la tercera temporada. Empieza en color, claro, pero pronto, según ocurre alguna cosilla desagradable, pasa al blanco y negro.

Y dice Justin eso. Es como contar El mago de Oz, pero al revés.

Y encima, ayer, se me quemó la marmita.

En fin.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Noche y marmita

Suena RNE a las 8.30. Bendito invento ése de apretar el botón más grande del despertador y que se calle durante 8 minutos. Pongo el pie en el suelo a las 9. Desayuno entre la Primera y Antena 3. Me gusta ver a toda esa gente hablando y opinando, tan despierta.

Trabajo hasta la 1. Interrumpo de vez en cuando la labor con canciones bonitas de las que me acuerdo y envío a mis amigos. Ellos hacen lo mismo.

Me voy al mercado. Hace mucho tiempo que quiero hacer una marmita (marmitako). Hoy es el día, si hay bonito y cebollas rojas. Las hay. Y patatas de verdad, de las que te manchan de tierra las manos. Me encanta el mercado de Antón Martín (no os pongáis nostálgicas Pi y Laura…). Carmen, mi vecina, ha encontrado un sitio para hacer rehabilitación en el agua, pero le pilla muy lejos. Le ayudo a subir las bolsas.

Como. Veo Supermodelo. Hoy desfilaron con serpientes (espero que no lo hayas visto, Pi). Me gusta Arturo. Siesta de 15 minutos.

Vuelvo a trabajar, hasta las 7. Bueno, un poco antes. Voy a comprar las entradas del concierto de Kylie Minogue (sí, qué pasa) de la semana que viene y me paso por El Rincón, donde están Rosa y Emmi. Meriendo un muffin con frutos del bosque y un café. Me encuentro a Murielle, una chica con la que trabajé hace años, bastantes años, los mismos que no la veía.

Entro en una tienda donde venden unas bermudas que... Eran más bonitas desde el escaparate. También gorras de cuadros. Me pongo un poco tontín mirándolas. Me voy de la tienda.

Quedo con Jose y Lula (su mastina, una perra preciosa) en el parque de Tribunal. En un lado, una pandilla de hombres negros que pasan la tarde charlando y meando en los setos. En el otro, dueños de perros comentan la jornada mientras sus animales juegan y se desahogan. Aperece Ximo, el hermano de mi amigo Antonio. Me gusta cuando Madrid se disfraza de pueblo.

Vuelvo a casa paseando y escuchando a Concha Buika en el iPod.

Hago la marmita.

Escribo este blog mientras la casa huele a bonito y pimentón. Leo blogs de amigos.

¿Es esto mi vida? Puede. No está tan mal.

Espero soñar algo bonito esta noche.

Buenas noches.

lunes, 26 de mayo de 2008

Sólo las putas

"SÓLO LAS PUTAS."


Sólo las putas saben mi tristeza. Paso por el escaparate apagado de una tienda de animales y sólo el olor a comida fermentada y caniches abandonados me reconoce.

No el vecino al que me cruzo y saludo con una sonrisa, ésa que siempre me sale. Como un estúpido acto reflejo, como una mentira que, curiosamente, funciona.
No la taquillera que me vende una entrada, escapatoria de dos horas dentro de una película que no esté en mi cabeza. Pero que no logra nada.
No mi madre a la que resumo un fin de semana con paraguas y ratos de sol. Sólo le mentí en parte.

Sólo las putas. Será que ellas sí saben de intercambios ciertos, de abrazos fríos que calientan, de corazas. Sólo ellas me ven pasar y entienden que hoy no.

domingo, 18 de mayo de 2008

El patio de mi casa

"EL PATIO DE MI CASA..."
(...es particular.)


Sé que no es la vista que Virgina Woolf habría soñado (ni yo) desde su cuarto, ni los arcos de la Plaza Mayor ni una playa del Sur, pero hasta los 18 años fue mi paisaje, y desde el miércoles lo ha vuelto a ser gracias a eso que algunos llaman teletrabajo, otros homeoffice, otros más petardos freelanceo… Trabajar en casa, y esta vez, la casa de mis padres.

Yo viví en Córdoba hasta que cogí la maleta y me fui a estudiar a una universidad del Norte, como a mí me gustaba decir por aquel entonces, porque me sonaba a novela de Gaite o Delibes. Suelo volver cada tres o cuatro semanas, algo que mis amigos de Madrid a menudo me reprochan… ¿Otra veeeeez? Pues sí, hijo, es lo que tiene. Suelo responder eso, cuando en verdad quiero decir que me apetece, que me viene muy bien ese regresar a un lugar donde saben lo que fuiste hasta los veintipocos, que es saber mucho. Mucho. Uno crece, cambia, se descubre, se vuelve a descubrir, pero siempre tiene dentro ese chaval que tenía que sacar la cabeza y doblar el cuello hacia arriba para ver si estaba nublado o hacía sol en aquel cuadrado de cielo. Y que era feliz con ese cuadrado de cielo, pero eso no le impedía desear mucho más...

Me deja sin parole ver que la vecina del cuarto sigue afilando los cuchillos en el poyete (sin importarle que en el piso de abajo, el nuestro, haya lo que haya tendido), que por las noches la banda sonora incluye siempre un batir de huevos para la tortilla, que las madres siguen hablando con sus hijos a gritos de una punta a otra de la casa (con el patio en medio, claro, pero eso da igual…), que las quinceañeras se ponen la radio a volumen máximo para arreglarse los sábados por la tarde, que el sonido de las ruedas del tendedero de enfrente es una forma de compañía y que el patio de una casa cuenta cómo son las familias españolas mejor que cualquier ensayo de Amando de Miguel.

Ahora es domingo y debo ducharme ya mismo, porque vienen todos mis hermanos a comer a casa. Y eso, cuando uno tiene familia numerosa y más de 30 años, significa niños, parejas y alguna tía soltera. Diecisiete personas. Es que hoy sólo vienen los de casa… Y luego yo mismo me extraño de por qué me gusta tanto pasar la tarde en el silencio adormecido del runrún del portátil…

lunes, 12 de mayo de 2008

Escribe un sí en mi techo

"ESCRIBE UN SÍ EN MI TECHO."
(Amputee, Scott Matthew)

Hoy he pasado el día con Scott Matthew. Con su música, vamos. Tenía que escribir una crítica sobre su disco, que se llama igual que él, y desde las 10 de la mañana no ha dejado de sonar por toda la casa. Amputee mientras hacía la cama. Abandoned entre frase y frase. Little Bird haciendo las croquetas. Upside Down recién levantado de la siesta. In the End ahora mismo…

Conocí a Scott Matthew como todo hijo de vecino que no viva en Nueva York ni sea amigo de Antony & the Johnsons: en la película Shortbus. Los que me leéis hace tiempo ya sabéis lo que me gusta esa peli (os lo conté ya). Pues ahora viene a tocar en directo a Madrid y Barcelona, y han sacado su único disco hasta el momento. Con él en la mano, leyendo sus letras, he sufrido una sobrecarga sentimental en este lunes de mayo.

Scott Matthew canta desnudándose. Todo lo que fluye en su voz es pura verdad. Es un tímido de los que sólo saben quitarse el caparazón de una vez, y romperse en el escenario. Y a mí me rompe un poco, también. ¿Cómo iba a ser de otro modo con letras como ésta?

Pero cuando te vas,
¿no te sientes a veces
como un amputado?

Si la respuesta es sí,
por favor,
escribe un “Sí”
en mi techo.

Scott Matthew no tiene vídeos de sus canciones, sólo actuaciones grabadas aquí y allá. Os dejo una. Trata de fantasmas que aparecen en tu cama, de personas que se encuentran y hablan el mismo lenguaje, de gente que se va. Ahí queda. Ojalá os guste.


lunes, 5 de mayo de 2008

Con esa tonta sensación de libertad

"...CON ESA TONTA SENSACIÓN DE LIBERTAD..."
(El bello verano, Family)

Escucho la lavadora desde la pequeña habitación en la que escribo. Allí, en la cocina, la máquina intenta borrar los restos de cinco días en la playa. La maleta ya descansa en el armario, pero unos cuantos objetos se amontonan en la cama. Me conozco y sé que no será hasta que me acueste cuando pasen a ocupar su lugar. Algún recorte de periódico, la cámara ya vacía de fotos, esos calcetines que no usé (mira que me había propuesto en serio empezar a correr), los libros que no leí y el aftersun.

El jueves, en el camino, me deprimía ver cientos de coches escapando de Madrid. ¿De qué huyen?, me preguntaba. Algo histérico y grisáceo flotaba por encima de los capós. Lo que podían haber sido 5 horas (tal vez algo más) acabaron siendo 7 y sobrecarga de cansancio.

Pero pronto: tostadas con aceite y tomate, sol, crema protectora factor 6, cabezadas en la arena, gambas rojas de La Garrucha, conversaciones relajadas con varios Baileys por medio, un cortijo en plena noche, brisa, chiringuitos, helado en el paseo después de cenar y mar, mucho mar. Mucho mirar al mar.

Es agradable esa tonta sensación de libertad que cantaba Family. Y más agradable aún cuando se alarga un poco más y uno desayuna un lunes después de un puente en pleno paseo marítimo. No quedaba nadie. Sólo nosotros.

Resumo estos días en unas fotos. Una de mar y casas (y un modelo que espontáneamente posó para ello, yo no hice nada, de verdad…) y otra de mesa y amigos. Falta una fotografía, un paisaje de otro sur más al norte, en el que un okupa se apodera del significado de viejas canciones. Un hombre que mira al mar es un hombre que añora algo. Mucho mirar al mar.



María se ríe.


Paco y Roci, escuchando conversaciones sobre...


Me gusta cuando Rosa me mira así.