martes, 22 de julio de 2008

Se nos quedan los horarios


Se nos quedan los horarios metidos en la sangre y la memoria. Estos días previos a las vacaciones los paso apurando trabajos (para poder hacer las maletas sin labores pendientes, que pesan más que las toallas), quedando con amigos que se despiden, rematando deberes que me impuse en primavera y perdiendo el tiempo. Todo junto. Una bomba.

Pero me llama la atención (la mía propia) la forma que toman a veces las nostalgias. Después de diez días fantásticos (ellos sí) en Galicia junto a mi querida cantaruxa y su restaurante, Xantar da Ría, no es sólo que eche de menos la brisa fría del mar, que sí, no sólo las historias de vecinos y panaderos, que también, no esa sorpresa diaria que mi prima gallega y su dulce cocinero ponían en mi plato, que por supuesto añoro cada mediodía y cada cena… La nostalgia que siento de Galicia tiene forma de horario. El de abrir el restaurante a las 12 y luego salir a hacer un recado. El del aperitivo y vuelta rápida. El de la siesta mientras hacen la caja y coge las gafas de sol que nos vamos a la playa a seguir durmiendo. El del comedor vacío a las 9 de la noche y la esperanza de verlo lleno. El de después, suelo fregado y cafetera bostezando.

Mis días en Madrid, los cotidianos, ocurren ahora en paralelo a otra historia. Sé que pronto se impondrán nuevos horarios. Pero también que estamos hechos de recuerdos así.

viernes, 11 de julio de 2008

Las bicicletas son para el verano

LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO

Hace ya dos veranos que me ocurre lo mismo: es el momento en que me monto en una bicicleta cuando me doy cuenta de que es verano. Ocurrió el año pasado en Suecia y ha vuelto a pasar, esta vez en unas playas con la misma tendencia al frío, pero mucho más cercanas. Las de mi querido O Grove, el pueblo gallego de la que aquí firma como Cantaruxa. Me gusta jugar con ella a que yo también conocí cuando estas rías eran un paraíso de playas desiertas y casas bajas de blanco y piedra (“es verdad, qué fuerte, cómo ha cambiado esto...”). Me gusta jugar a eso, y en playas escondidas como la playa de Esteiro es fácil. Allí, hace dos tardes, sólo estábamos la pareja que vive en una de las poquísimas casas que hay junto al mar y entre eucaliptos (y que tienen un San Bernardo precioso llamado Dalia), una señora preocupada porque su nieto no se comía el bocadillo (“se te va a juntar la merienda con la cena, y eso es muy malo”), Cantaruxa y yo mismo. Mientras la marea sube muy poco a poco se escucha chapotear algún pez que salta junto a la orilla. Hace calor. Las ramas de los eucaliptos chirrían al rozarse unas con otras. Por un momento siento que el aire se ha convertido en una gran masa de gelatina amarilla. Allí abajo, al fondo, estamos nosotros, como dos fresas dentro de una tarta transparente. La única obligación que tenemos es subir al sillín y volver a casa.

Las bicicletas son para el verano.

sábado, 5 de julio de 2008

Otro Orgullo

OTRO ORGULLO

Este año no me verán al pasar las carrozas… Bueno, más bien no veré pasar yo las carrozas, que uno es muy discreto en tales eventos (juas juas juas). Me refiero a las fiestas del Orgullo Gay, más conocidas como “el Orgullo”. Y no es que me encuadre entre aquellos que rechazan esta cita. Aunque no sea tampoco un abanderado del arco iris, siempre me lo he pasado bien en ellas. Pero este año he podido disfrutar a placer de los eventos entre semana (gracias a mi estado de freelanceo), que son mucho más accesibles y agradables, y he preferido cambiar la macromanifestación/desfile de culturismo/cabalgata por lo que ahora mismo me llena más de orgullo, que es mi ahijado Sacha, y para Córdoba que me he ido.

Además, tuve otra ración de mariconeo en Ávila el pasado sábado. Sí, sí, en Ávila. Allí, mi amigo Chus abrió hace meses el primer bar gay de la ciudad, el Culture Club, que recomiendo a todos los que quieran pasar una noche divertida en la ciudad de las murallas sin tener que escuchar más de diez veces Avemaríacuándoserásmía. Me cuentan mis corresponsales en la capital abulense (querida Cardhu y querido Chus) que por allí es difícil no ya encontrar un bar en el que pongan música poco comercial, sino música ¡en inglés! Fuerte, es fuerte. Pues eso, que mi amigo ha abierto un bar al que no sólo van gays y bolleras porque es su bar, sino gente cansada del Ave María de Bisbal (que no el de Schubert). Bueno, que se me va la historia. Dentro de los festejos del Orgullo abulense, la fiesta grande era en el Culture Club, claro, y allí que me fui con mi disco duro a pinchar temas y temazos. Se me hizo un pequeño nudito en la garganta al saber que a la fiesta la habían llamado “Revival Música Choni”. Que no es que yo vaya de dj divino que sólo pincha cosas raras, en absoluto, las pocas veces que lo he hecho ha sido para que la gente baile. Y pongo encantado un David Civera para ello. Pero de ahí al revival choni… Pues nada, todo arreglado combinando temas tipo (creo que no necesitan presentación),


con joyitas como este Blind de Hercules & Love Affair, uno de esos temas en los que bailar y tener la piel de gallina casan:


Ahora, mientras escribo esto, la Cibeles estará sudando partiéndose de risa al ver pasar tanta pluma y tanto tacón. ¡A disfrutar, gente! Este año me tocaba enorgullecerme de otra manera. Pero ¡que no pare la fiesta!