
Hacía ya tiempo que tenía ganas. Las costumbres cambian, a veces para mejor, pero en otras cosas está claro que hemos perdido… Estoy hablando de moda. Me encantan los esmóquines. Cada vez que veo una de esas fiestas de cine en California, o las noches de la
Vanity Fair, o aunque sea una recepción coñaza del Rey en
Zarzuela, y contemplo ese desfile de esmóquines, me corroe la envidia. Y mira por dónde en una tarde de sábado en la que me encontraba desolado por tamaña desgracia, mi madre me dio la alegría del mes:
hijo, tu padre tiene un esmoquin precioso… Hace poco más de treinta años, lo de ponerse esmoquin en España no tenía tintes de disfraz. La noche grande de las ferias (al menos las andaluzas), una cena de gala o una fiesta un poco más elegante de lo normal, y hala, pajarita. Por supuesto, la conversación acabó en sacar la prenda del armario y La Semana Fantástica probándosela… En el chaleco, una fecha: 1-X-1971. La chaqueta, perfecta. El pantalón, muy grande. Pero arreglable…
La segunda parte de esta historia con final feliz viene de la mano de
Rosa, una de esas amigas mías que nunca leen el blog. La semana pasada fue su 31 cumpleaños, y no se le ocurrió mejor idea que montar una
Fiesta Alfombra Roja. Pues eso, una fiesta en un local en el que uno podía ir vestido como gustase, pero los más elegantes serían bien tratados. Y ahí fuimos una buena colección de nostálgicos de la etiqueta a emborracharnos… pero con elegancia. Con la inestimable ayuda de los arreglitos de última hora de
Andrés (
te veo en el recreo), allí que me planté.
El testimonio, aquí abajo. Qué alegría que existan los
Zaras, H&Ms, Pull and Bears y demás tiendas democratizadoras (no hace tantos años, encontrar prendas para hombre que se saliesen del jersey liso sin tener que comprar ropa de diseñadores era una utopía), pero qué bien que volviesen aquellos tiempos de fajines y zapatos de charol…











