martes, 29 de enero de 2008

Hay que mirar siempre al piso de arriba

"HAY QUE MIRAR SIEMPRE AL PISO DE ARRIBA."
(Roci, que se lo escuchó decir a Pietro Jona)

Más de una semana sin escribir, y han pasado tantas cosas... La mayoría, qué curioso, ocurrieron en martes. Yo no sé qué le pasa a estos días últimamente que se llevan la palma.

Han pasado muchas cosas, sí, pero entre todas la principal empieza por un constante mirar a esta foto cada cinco minutos:


Allí, en mitad de Siberia, una webcam me mandaba señales de un lugar del que apenas sabía nada, llamado Novosibirsk. Sólo que allí se encontraba mi hermana, a la espera de conocer a este niño que me deja sin palabras cada vez que me lo encuentro mirándome desde la foto:


Se llama Sacha, es ruso y soy su padrino. Dentro de unos meses tendré un nuevo sobrino. Vale, sí, yo quiero a todos mucho, pero a éste, por muchas razones, le quiero de otra manera. Me emociona su historia en blanco, la nieve constante de su ciudad, un parto que casi ha durado tres años, la distancia, la extrañeza. Se llama Sacha y por momentos me hace olvidar todo lo demás que me rodea. Hay que mirar siempre al piso de arriba, porque en el de abajo hay demasiada gente ya.

No me cabe ninguna duda de que Sacha ha venido del piso de arriba.

martes, 15 de enero de 2008

Qué harto estoy de estar enfermo

"QUÉ HARTO ESTOY DE ESTAR ENFERMO."
(Kieffer Sutherland, Detrás de la puerta roja)

Hace un par de noches sufrí insomnio. No es algo común en mí, aunque no es que pueda etiquetar como tranquilos mis sueños últimamente, pero me pasa de vez en cuando. Lo normal es que lo combata levantándome de la cama, preparándome un descafeinado y leyendo en el sillón. Si me quedo entre sábanas no hay manera…

Pero esta vez me dio por poner la tele.

Mira tú por dónde estaba puesto Telemadrid, y acababa de empezar una de esas pelis que los de mi generación reconocemos como “de Estrenos TV”, aquéllas que ponían los domingos después de comer, llenas de problemas familiares, muertes a destiempo y lágrimas. En la carrera aprendí que se llamaban “tv movies”. Ésta en concreto no podía ser peor. Kiefer Sutherland es un hombre que se enfrenta a sus últimos años, enfermo de SIDA. Su hermana, con la que no mantiene ningún tipo de contacto desde hace años, se ve obligada a hacerse cargo de él.


Bastaron 10 minutos de película para percatarme de que me encontraba ante un bodrio. Bastaron 15 para descubrir que era una mierda. A los 20 estaba absolutamente absorbido por el morbo que provoca contemplar una obra tan patética. Y además, recordé cuánto se aprende de una mala película para apreciar las buenas… No faltaba ningún tópico. La cajita de música que, cada vez que abrimos, nos lleva a rememorar historias de la infancia. La fotógrafa que intenta entender a los que le rodean a través de las imágenes que de ellos capta. El gay cínico y despegado al que, a pesar de sus constantes comentarios hirientes, todos adoran. El pasado que no queremos afrontar pero vuelve a nosotros una y otra vez. El vecino encantador que te arregla la vida (y el mondongo). Pfffff…

Creo que sólo hubo un momento que no diera vergüenza en la peli. Ése en que el enfermo, ya bastante perjudicado, se queja entre el suspiro y el grito: Qué harto estoy de estar enfermo.

Ni siquiera Kiefer me ayudó a dormir.

martes, 8 de enero de 2008

Como una bandeja de polvorones

Nochevieja fue encontrarse. Los amigos, con los años, se me fueron desperdigando por el mapa. En estos momentos, ese mapa sentimental llega hasta la selva peruana… Es cierto que en el dibujo han aparecido nuevos amigos, que hoy componen el perfil de mis días mejores, pero ¡ay! esa añoranza viva por lo añejo… Hay fiestas que se convierten en la mejor excusa para juntarse y convertir la nostalgia en pura vida, y la Navidad es una de las mejores. Esta Nochevieja ocho amigos respondieron a la llamada. ¿Y si nos juntamos en el Melero? El Melero es la casa que mis padres tienen en la sierra de Córdoba, un caserón enorme y precioso en el que he pasado todos los veranos desde que tenía pocos años. ¿Os imagináis lo que es ver a tus amigos (meses sin encontrate con algunos de ellos) reunidos en la casa de los veranos de tu infancia?

La emoción se duplica. En esa casa, además, celebramos durante varios años las navidades más multitudinarias que en mi casa se han montado. Unas dieciséis personas durmiendo bajo el mismo techo, a las que a la hora de las comidas y cenas se juntaban otras tantas, no es moco de pavo navideño… Inevitablemente, la de este año me trajo a la memoria otras navidades...

Uf, esto empieza a parecer una bandeja de polvorones (por dulce y pesado). Lo importante es que alrededor de la chimenea nos juntamos este año Sheahan y Steph con sus Aira y Lucie; Ainhoa y Alejandro con su perrita Tuba; Chus y Pi (no me gusta el cardhu) con los pequeños Nicolás y Alicia (y el peludo Braulio); Alberto y Maider con el bueno de Mateo… Y por la noche se sumaron Álvaro (mi amigo de siempre, mi compañero más viejo), Nicole y Nacho (al que algunos conocéis como chitón). Una pandilla de treintañeros llenos de niños, retos, perros, miedos, historias por contar, historias recordadas, fotos por hacer y demás zarandajas.

Lo más curioso de todo es que, ya veis, lo menos emocionante para mí fue la propia cena, con sus uvas y sus brindis. Lo mejor fueron los días previos, cuando iban llegando uno a uno, charlas improvisadas entre biberones y bajadas en coche a por los nuevos, las tardes antes de la fiesta con esas sillas mirando al sol, los días posteriores con los que se quedaron esperando un avión que perderían, las tertulias en medio de la siesta… Será que lo esencial no puede marcarse en el calendario.

Gracias a los que vinieron. Y a los que vendrán. Brindo por el 2008.

(En la foto faltan Chus y Nicolás. El primero aún no había llegado y el segundo jugaba...)